Burning: Rock de cintura para abajo


La primera vez  que le vi fue en el metro, no sé si ya estaba cuando llegué o entramos juntos, era una tarde de primavera, hermosa, esa en que los árboles despuntan con sus hojas, las sombras se pierden en las aceras, las flores tienen ese aroma especial y las chicas aún están más hermosas y apetitosas que de costumbre.

 Cuando me senté observé enfrente mío a una pareja que fumaba sentada a su vez en esos asientos para seis personas, él con una camiseta de Sid Vicious, blanca de mangas recortadas hasta los hombros y entre sus piernas sostenía una cazadora de cuero negro que a su vez portaba un “zippo” y una cajetilla de Malrboro, allí, bailándole todo encima de su cintura mientras con la mano derecha cogía una de las manos  de su chica; ésta con vaqueros y una camiseta de Burning aunque con su cazadora puesta, también fumaba ante las miradas de algunos pasajeros que se le reprobaban, pero les traía al pairo. Era, ya dije primavera, la línea 6 de metro, por la tarde, camino inmediato de la noche: él era Pepe Risi y ella Marifé. Estamos a comienzos de los años 80, esto es Madrid y en el metro aún se podían hacer gamberradas de este tipo sin que te multasen, echasen… y todo lo que ustedes quieran, incluso con esta falta de educación de lo más elemental. A mí me gustó y los observé durante largo rato, no sé quién se bajó antes, pero por ahí por ahí, yo vivía en el centro y mi jornada laboral acabó hacía un rato, la de ellos no sé si empezaba.

 Me quedé con la copla. Tardé en verles en directo, en la Sala Jácara cuando presentaban Atrapado En El Amor con Toño todavía en la voz. Poco después desapareció. Hasta un San Isidro del 88 no los volví a capturar encima de un escenario, en el Auditorio de la Casa de Campo aquella vez junto a Mermelada y Frank Zappa que era quien tenía que terminar, pero por razones logísticas fue él quien abrió el asunto y lo terminaron, bien entrada la noche: los Burning.

 La segunda fue mediada la década siguiente, en los 90 y la manera no pudo ser más kafkiana. Yo estaba entusiasmado porque tenía coche y siempre que podía y juntaba algo de “pasta” me largaba fuera del Foro a ver mundo, o sea, España o lo que quedaba de ella, que la gente, como siempre, era lo mejor y su paisaje. Como me entretengo con facilidad escuchando el sonido del cuco o las estrategias guerrilleras de las hormigas y con una cámara en mis manos soy mi perdición, el asunto es que se me echó la noche encima. Sé que andaba por la provincia de Burgos pero debía de buscar alojamiento y algo para llenar el estómago pues a la mañana siguiente debía estar en casa. Decididamente no encontraba nada, carreteras comarcales que me parecían iguales hasta que al fondo del camino observo luces, de esas de pueblo que parece que entras como un pistolero solitario y sí, aparco a la entrada de lo único que parece una taberna con farolillo colgante en la puerta de entrada y escasas luces interiores. Cuando penetro en él, llamémosle bar, hay unos quince parroquianos entre los que deduzco al que es el dueño, su señora con un mandil blanco y una corrobra de gentes más o menos de mi edad, con sus chupas de cuero, fumando y riendo. Mi entrada les calla por unos segundos y varios pares de ojos me observan en cuanto abro la puerta, descorro la cortina con su ruido de cascabeleo en cuanto la toco,  ¡coño, me paro en seco! Tanto que pregunto, aquello parecía una secta en reunión de comando.
-         Buenas noches… ¿se puede?
 Claro, varias manos hacen el ademán de adelante y entro, digo si puedo cenar y alojarse o si saben… Nada hombre, aquí  se puede hacer de todo. Y se ríen. Entre la humareda de pitillos descubro un rostro que me es familiar: Pepe Risi. ¡No puede ser! Es.

 Ahora es invierno, hace frío, hay niebla, el pueblo es el de Marifé, la cena la pago pero a la mañana siguiente el tabernero no me quiere cobrar la estancia nocturna porque soy amigo de Risi… y a los de la capital como hermanos. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, a veces hasta buenas.
La tercera y última apareció en Navidad, el día ese que la gente anda como loca y en todos los bares, calles, etc.; suene el sonsonete de los niños de San Ildefonso con la lotería a cuestas. Fue a la salida del metro de Palos de la Frontera, hacía un frío del carajo, yo iba con mi abrigo y al ascender del todo las escaleras me subí los cuellos y me ajusté mis gafas de sol que siempre las llevo aunque sea invierno, me molesta mucho la luz, no es una pose y a  mi lado, parado, sí, otra vez Pepe Risi con su cazadora de cuero, sus gafas de rock para entender el mundo, una coleta escasa por encima del cuello de su chupa y sin más le saludo, le hablo de aquella noche en la provincia de Burgos y después de mirarnos unos segundos a través de los cristales oscuros como dos topos reconociéndose si son de su misma familia, me echa una mano por encima del hombro y me dice:

 - ¿Qué haces tronco, tienes tiempo?
 - ¡ Claro, hombre!

 Yo sé que tenía algo que hacer, sino no me levanto de la cama hasta media mañana, pero podía esperar… Fue casi una hora charlando con el tipo que más he admirado en este país, musicalmente se entiende; como si nos conociésemos del barrio, yo me crie a 300 Kms de la Elipa, pero era como ese hermano mayor que quizás quise tener, ardua cuestión, yo siempre he sido “el mayor”. Después del café cayeron dos martinis de mi parte y el sol se abría paso entre la niebla que levantaba, pero el frío se agarrotaba en los huesos como en cada esquina de este Madrid que no se paraba ni en Navidad. Apenas cinco meses después, un 9 de Mayo de 1997, Pepe nos dejaba solos, con sus canciones… y con su negrita. De la pena, ni lloré…


La tercera y última apareció en Navidad, el día ese que la gente anda como loca y en todos los bares, calles, etc.; suene el sonsonete de los niños de San Ildefonso con la lotería a cuestas. Fue a la salida del metro de Palos de la Frontera, hacía un frío del carajo, yo iba con mi abrigo y al ascender del todo las escaleras me subí los cuellos y me ajusté mis gafas de sol que siempre las llevo aunque sea invierno, me molesta mucho la luz, no es una pose y a  mi lado, parado, sí, otra vez Pepe Risi con su cazadora de cuero, sus gafas de rock para entender el mundo, una coleta escasa por encima del cuello de su chupa y sin más le saludo, le hablo de aquella noche en la provincia de Burgos y después de mirarnos unos segundos a través de los cristales oscuros como dos topos reconociéndose si son de su misma familia, me echa una mano por encima del hombro y me dice:
 - ¿Qué haces tronco, tienes tiempo?
 - ¡ Claro, hombre!
 LA FLOR QUE CRECE EN MEDIO DEL ASFALTO.


 Pequeños hierbajos que se adhieren al tronco de cualquier árbol buscando sus raíces, intentando resguardarse, ser acogidos; curriquis de barrio que se levantan temprano para poder tener algo en la nevera cuando regresen, frío invierno, luces de neón, país gris, ciudad mesetaria en medio de todo y de la nada. Chicos que juegan al billar, que se apostan en las esquinas para ver pasar a las chavalas mientras desafían al mundo con un pitillo entre los labios, mesas y sillas de barra de bar, serrín en el suelo, olor a bocatas de calamares, máquinas tragaperras golpeadas mil veces en sus laterales como espuelas en el lomo de un caballo para que la bola no baje del todo y hacer otra partida gratis. Barrio obrero como cualquier otro en alguna gran ciudad, con sus peculiaridades, pero todos son iguales, pobres gentes que necesitan madrugar para poder comer y tomarse un cubata el fin de semana, echarse novia, casarse,” sentar la cabeza”, ir a comer paella los domingos a casa de los padres, tener un par de críos, un plan de pensiones, ¿qué iba a ser de este país cuando el general se muriese?¿Qué hacer con estos chicos que vestían cazadoras de cuero, con pintas de malos muy malos, qué no les dejarías a tu hermana ni para  una partida de billar?  En su bolso hay colorete y una botella de ron, y en su brazo un tatuaje con el nombre de su amor.



 Así pues ¿qué hacemos sino queremos trabajar en un taller mecánico para los restos, llevar el bar de mis padres o en un polígono diez horas diarias para emborrarse el fin de semana porque la realidad les aplasta? ¿Qué hacer si lo que nos gustan son las chicas  malas, los chicos que cantan en inglés y se trasvisten, si esto no es Nueva York, sólo Madrid?
 Una banda de rock and roll, ahí está la solución sino te convertirás como cualquier otro de los que ves cada día yendo o viniendo del trabajo con su cara más gris, el pitillo más torcido y cada año más semejante a tu padre, encima no eres feliz pese a que sonrías, y todavía, aún, no sabes que un día te vas a morir cuando te debía de quedar mucha gasolina en el depósito, pero diste con la “heroína” y el carburador se agrietó. Barrio proletario, La Elipa, Madrid, mediados de los 70, Franco agoniza, la población está que no respira, Burning, un grupo de rock mesetario, del foro hasta lo imposible, hijos de pobres que no tenían futuro más allá de un alquiler o casa de protección oficial tiran por la tangente, y de los pitillos en las esquinas, de las mesas de billar pasan a la acción; un tal Enrique Pérez ( que pasa a ser Lastrung) toca el bajo y ha leído y oído a New York Dolls, se junta de tanto verse las caras por “ahí” con Toño que sólo escucha a los Stones y que se ha enamorado de un tipo que se tiñe de rubio y se pinta los ojos que ahora se hace llamar Lou Reed y su voz le vuelve loco, él, que sabe mejor que nadie como chulear la piba delante de su padre y enciende y tira la colilla de los pitillos con un arte macarril que echa atrás al más pintando. Bien, pues éste a su vez tiene un colega que hace manitas sobre el mástil de un vieja guitarra, así día tras día sin nada especial, cuando tienen algo de dinero dale que te pego al billar y a zurrar los lomos de las máquinas tragaperras, cuando el asunto se pone serio unos cubatas y a ligar, el chaval sólo quiere ser Keith Richard´s… Sueños húmedos, canciones agarradas como garrapatas a la piel de asfalto, ideas, proyectos, falta gente para el invento, se busca un lugar donde tocar, los baterías van y vienen y al otro lado de la pared del local de ensayo un tipo de Carabanchel mueve sus dedos sobre un teclado y de vez en cuando saca melodías, aquello suena como en los discos, parece que hasta sabe lo que hace. Mejor observarlo bien, ¡este no es del barrio! A ver si va a resultar que es más listo que nosotros, pues no, no lo era  ni lo aparentaba pero poseía un teclado y en estos tiempos era casi mejor que morrearte con tu chavala en el asiento trasero del coche o sobre el tapete verde de la mesa de billar delante de los colegas.
¡Ya está, tenemos banda! Nombre, algo ardiente ya que siempre estamos calientes. ¡Coño, Burning! Alguien acierta a decirlo en inglés, de tanto repetirlo aquella mañana se queda el nombre, sobre el núcleo duro de Antonio Martín (Toño) , José Antonio Casas ( Pepe Risi) y Juan Antonio Cifuentes (Johnny), se forma la banda con el arreglo del siempre discreto Enrique Lastrung que aguanta unos cuantos años. La flor que se ha desarrollado de entre la basura al menos ha sacado sus primeros pétalos al sol.


 EN MEDIO DE LA NADA.



 Mediados de los setenta, ya no  hay nada que perder, esta gente ya sabe que no puede volverse atrás porque lo que les espera es una barra de bar pero detrás de ella, no delante, y ¡joder!, eso cambia el romanticismo; hacer algo de FP ¿qué?, llevar un camión ¡glub!  Ya lo veían cada día, ir a trabajar en cualquier polígono, que vida más poco rock and roll. Por eso cuando están horas ensayando les va la existencia en ello, sin saber inglés, entonces no era materia en los institutos, sólo el francés gozaba de beneplácito, pero sin atreverse aún a expresar todo lo que llevaban dentro de su ADN tan de barrio, en castellano, no sea que ofenda demasiado, se lanzan a trabajar en el idioma de Shakespeare con las únicas referencias de las portadas y de los discos de las bandas que aman: Los Stones, New York Dolls, Lou Reed… la ciudad de los rascacielos como sintonía perpetua, apenas algunos magazines con páginas y fotos en blanco y negro: Ajoblanco ,Star ,Disco Exprés… Eso y unos y otros que se animaban a sacar aquello adelante, referencias a los grandes bluesman de la otra parte del Atlántico, pequeños matices de los británicos y nada de España, ¿qué había, de dónde fijarse?
 El desarrollo económico occidental también afectaba a España a mediados de los 60, millones de personas fueron emigrando poco a poco del campo a las grandes ciudades en busca de un porvenir un poco mejor, y en esa sociedad urbana que se iba forjando apareció el fenómeno del pop y el rock, y todos aquellos productos que de una manera u otra comenzaron a forjarse en el ocio, la televisión, el seiscientos, el frigorífico y los primeros grupos como Dúo Dinámico, Los Brincos, Los Sirex,Los Bravos ,Pekenikes; las radios en esa apertura gubernamental abrían espacio a  una juventud ociosa que iba forjándose un sistema de vida más elevado que el de sus padres :universitarios formados, atentos a las innovaciones de Inglaterra y no sólo musical sino indumentariamente, las patillas se ensanchan por debajo de los lóbulos en ellos y ellas se entusiasman con la falda por encima de la rodilla: el twist, los guateques… pero estos chicos de la meseta venidos alguno del sur de la península eran una especie de Pijoaparte que describía Juan Marsé en Últimas Tardes con Teresa; grabaron un single:  I'm Burning , y luego otro que contenía   Like a shot       y eran de ninguna parte. Si unos chavales de Sevilla “eran hijos del agobio”, Burning “eran hijos de la nada”; proletarios macarras en busca de una oportunidad en la tierra estéril del rock. Nada de lo antes les servía de referencia, ni Miguel Ríos, ni los niños bien de Madrid que hacían “pop”, ni la nova canco, ni los grupos progresivos; tal vez, y sólo tal vez Lone Star, Bruno Lomas, Pop-Tops ,Los Bravos… Hay una grieta en esa España pre-transición: Los Salvajes, estos estuvieron tocando en RFA y ya entonces eran “otra cosa”.

 Tocar, tocar y pulir el directo; Burning recorren toda la provincia de Toledo y alrededor de la Comunidad de Madrid (entonces no era comunidad), discotecas, garitos infrahumanos donde cambiarse y tocar, tipos duros con los que pelearse las perras después de la actuación. Todos dentro de una furgoneta, equipos incluidos, se toca y para casa, no hay “parné” para pernoctar, hostal más adelante, nada de hoteles, carretera manta y rock and roll, eso es la música en España, en aquel entonces ¿entonces? Cuando las cosas se ponen duras y en alguien asoma la impaciencia mejor mirar cada uno para su casa: padres trabajadores hasta la extenuación para una mísera paga con derecho a jergón y mesa, polígonos industriales, baretos de barrio, a Burning les salvó el rock de levantase a las seis de la mañana para ver amanecer en la nada. Franco muere, pero no hay sueño americano.

 Bien, ya sabíamos algo: el rock español no existe, no tiene ni tendrá infraestructura, mejor no engañarse más, no tiene denominación de origen como el jamón de bellota. Tampoco el cine y se hacían películas. Hay que seguir. Se erige el “espíritu Burning”, resistir. No creo que estos chicos leyesen a Cela, venía a decir más o menos que el que resiste en este país gana; es cierto, cualquier político, artista, puta ;etc.; con el tiempo si aguanta lo suficiente acaba en el subconsciente colectivo como respetable. Tocar en discotecas del Madrid de los 70, en la meseta castellana, les pule el sonido  y las cabezas. Ya saben lo que  hay y es más, lo que no va a haber, esto no es USA donde unos yonquis son capaces de vender su adicción como ejemplo de mala vida y sobrevivir al intento. Aguantan porque lo que les espera fuera de la música es peor, ¡y lo saben.
 ACERTARON CON LA MÚSICA, SE EQUIVOCARON CON EL NEGOCIO.

·      Ese  es todo el bagaje que se puede ofrecer cuando el General palma. Iban por libre, grababan en una compañía que no tenía idea ni de cómo llevarles y ni de rock and roll  y Chapa Records recogía los restos del naufragio y bajo la dirección de Vicente Romero (Mariscal) con emisora de radio y todo, promocionaba a sus grupos, eso que se empezó a llamar “rock urbano”, y luego los chicos progresivos del “rock-Catalá”, y el “rock con raíces del sur”. ¿ Y Burning? Como siempre, en tierra de nadie.
 Pasa el tiempo y entre actuación y actuación Tequila, Moris, un renacido Miguel Ríos, Triana… les comen el terreno, no sólo éstos tienen discos, es que encima venden, salen en la tele, con club de fans ,se les radia con frecuencia en las nuevas FM parecen felices y algunos comen perdices, y ¿ Burning? Bueno, andan por ahí, ¿pero oye tú, no iban a sacar un Lp? Si, iban y entre que iban se les caía el agua del jarro. Son los hermanos mayores pero les hacen los deberes los pequeños. ¡Qué vergüenza! Dónde está la “canalla”, las noches de wiski y ron, las madrugadas frías.
 Cuanto peor, mejor, Burning se había pateado tanto las discotecas MM, el Red Gold o tugurio que los contratase donde poder tocar sus dos singles rellenas con unos cuantos “rockitos” con sonido stoniano y finalizar a todo trapo con el Johnny B. Good, quizá uno de los grandes obstáculos a los que se ha tenido que enfrentar Burning a lo largo de su trayectoria ha sido, además de los cambios constantes de formación y las tragedias personales, la incapacidad de rentabilizar uno de los mejores cancioneros del rock español. “Nunca tuvieron a un Andrew Loog Oldham que supiese cómo sacar partido a un grupo y por dónde llevarles”, eran autodidactas en sus negocios, nadie les aconsejaba.
 Pasados los periodos de la mili y bajo la batuta de Quique Lanstrung que era el que tenía “alguna idea”, currados y curados como el jamón de bellota, ¡por fin se meten en el estudio! para grabar Madrid, con Belter, que si los de antes no tenían ni puntera idea de rock estos ni sabían pronunciarlo y además ni llevaban en su sello ni un solo grupo de este estilo......Enlace

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